20050319

El Sol de los Desiertos de la Muerte - Capítulo I : El Viejo Maca.

Es aquí y ahora cuando puedo observar con detenimiento los acontecimientos que me han puesto en este lugar, este lugar que probablemente será mi última morada. Es aquí y ahora cuando mi mente maltrecha, es apenas capaz de regalarme un viaje en el tiempo, a momentos felices, momentos que creí eran plenos y que , sin embargo, guardaban dentro de sí mismos todas y cada una de mis decisiones poco acertadas.
Cierro los ojos y veo a ese pequeño chico rubio que solía ser, sentado en el jardín de mi casa, mirando las estrellas, lanzando al cosmos todas las preguntas de su cabeza sin escuchar respuesta. Conformándose con las respuestas que el hombre había escrito en los libros, al fin y al cabo, era mejor una respuesta incompleta que un silencio infinito. Al menos eso pensaba.
Fue en esos días cuando apareció en mi vida el viejo Macario. Golpeado por los años y la vida, que se unieron para darle una buena lección, Viejo Maca, como yo lo llamaba, era un tipo de baja estatura, de piel canela, muy pero muy arrugada, de mirada perdida, profunda pero perdida en lo más oscuro de su pensamiento, del que pocas veces salía con consecuencias para mí inesperadas.
Una de esas tardes en las que observaba el cielo abierto ante mis ojos, El Viejo Maca se acercó caminando con una gran bolsa negra cargada en la espalda. Estaba todo sucio, como de costumbre, pero en su mirada se podía percibir una extraña luz. Con una sonrisa dibujada en su acanalado rostro, se sentó a mi lado y comenzó a decir palabras inconexas sobre las estrellas y planetas, el sol y la luna, el pasado y el presente. Yo lo miraba asombrado, quizás porque me era difícil concebir que aquel harapiento señor, que apenas dejaba salir una que otra palabra, de pronto disparara sin control tan descomunal cantidad de ideas dispersas.
De pronto, Viejo Maca entró en un silencio tan súbito como su hemorragia de ideas, me miró y sin decir palabra alguna sacó de su gran bolsa un antiguo libro, lo puso en mis manos y, sin despedirse, simplemente se marchó.
 
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