20050322

El Sol de los Desiertos de la Muerte. Capítulo II: El Libro.

Aquella noche, mis padres habían invitado a toda la familia a conmemorar el día en que los abuelos llegaron de otras tierras, como muchos otros inmigrantes, después de meses hacinados a bordo de un viejo barco, con el sueño de construir un futuro mejor para su descendencia. Era de gran valor para los Lombardi, celebrar lo valiente y gran aventurero que en vida fue el abuelo Bruno. Siempre pensé que recordarlo los hacía olvidar, que al dejar de ser niños, la llama de la curiosidad por el mundo y sus enigmas, que el nonno les había inculcado, simplemente se había diluido entre la rutina y las cuentas por pagar.
Nunca fui un chico de habilidades sociales muy desarrolladas y, a menudo, las palabras que salían de mi boca eran solo las suficientes para expresar alguna idea. Fue así como, aconsejado por mi yo introvertido, me escapé en silencio del bullicio del montón de italianos graciosamente ebrios que danzaban tarantela, en que se habían convertido mis parientes y, en la privacidad de mi habitación, me dediqué a observar el peculiar obsequio del viejo Maca.

A simple vista parecía tan solo un libro más, aunque pude notar que era muy antiguo. Sus hojas amarillentas y gruesas, eran cubiertas por tapas duras de madera, forradas en un cuero marrón bastante envejecido. De qué iba entonces?, me pregunté, pues no tenía título visible, al menos no en letras. Solo una especie de sello que en alguna ocasión seguramente fue dorado, y que el tiempo y las muchas manos en las que quizá estuvo, hicieron opacar. Sentía tal curiosidad por descubrir su contenido, pero era tan hermoso y a pesar de ser tan solo un viejo libro, su sola estampa ya me hablaba de historia, me hablaba de personas y de vidas, de momentos que mi imaginación infantil se esforzaba por recrear. Así que preferí saborear un tiempo más la tarea de observarlo en detalle, como digno nieto del abuelo Bruno, sintiéndome un valiente aventurero en busca de la pista que me condujera a mi próxima aventura. Saqué mi lupa y una pequeña linternita que contrarrestara la oscuridad de mi habitación. De pronto y sin aviso, se abrió la ruidosa puerta de mi habitación. Y tras ella mi madre, que en un ataque inesperado de emoción familiar se decidió a sacarme de mi refugio solitario y de la importante labor que hacía segundo me proponía emprender, para lanzarme en medio de mis alcohólicamente eufóricos tíos reviviendo lo más profundo de su herencia italiana.

1 ojos:

Anónimo dijo...

Bueno, suele pasar... a veces hay que compartir con la familia, así anden en una de alcohol y viejo cuentos

 
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